De hecho, las prácticas sí que las hice. Estando en la guardería le corté la enorme y dorada cabellera a mi mayor enemiga, a la altura de las orejas y con un desfilamiento tan desigual que casi podría parecer artístico. Sobra decir que luchábamos por el amor del mismo niño, el más guapo de la clase, por supuesto y claro... en el amor y en la guerra todo vale. Aun recuerdo como la conduje hasta mis tijeras escolares de color amarillo ("Sientate aquí, anda... ayer fui a la pelu y vi un corte genial... Te lo voy a hacer. Ya verás cuando Oscar te vea ^^!). Joder, que malvada soy.
La madre por poco me arranca la cabeza cuando vio en lo que había covertido a la pija de su hija, no tanto por el corte, sino porque encima la niña estaba totalmente convencida de que con aquel corte hombril estaba la mar de mona. Debo tener un gran poder persuasivo, porque años después, estando ya creciditas, me la encontré y aun llevaba el pelo tal y como yo se lo había dejado. Totalmente verídico.

Sé que no es la típica profesión que todo niño desea ejercer, pero a mi me parecía maravillosa. Me veía a mi misma en importantes excavaciones, vestida de beige (porque todo el mundo sabe que los arqueólogos visten de beige) y con una cantimplora atada en el cinturón, bajo los intensos calores de los lugares más recónditos del planeta, descubriendo tesoros ocultos, civilizaciones perdidas... Pero claro, las cosas como son. No sabría distinguir un fémur entre 50 palillos de dientes. La arqueología, descartada.
Después de eso, como dije antes, no he vuelto a saber qué responder a la pregunta del millón. Unos días quiero ser traductora; otros, trabajar en la redacción de algún programa de televisión; otros, intérprete; otros, profesora de inglés; otros, dedicarme de lleno a intentar ganar la lotería...
Bueno, al menos sí que sé lo que no quiero. No quiero precisamente lo que todo el mundo desea. Una rutina. Estabilidad. Parsimonia. El mismo día, una y otra vez, todos los días de tu vida, exceptuando, claro está, los domingos y fiestas de guardar, que entonces se hace algo especial... como ver cine de barrio detrás de un cuenco de palomitas tamaño familiar.
No gracias. Quiero movimiento, aventura, un pelín de incertidumbre y otro poco de locura. Aunque quizá con 10 años más diría algo totalmente diferente...
- Nota: Debe ser mi día de suerte, porque hoy llegaba tarde, tardísimo (otra vez) y cuando, entre violentas inhalaciones y exhalaciones provocadas por 2 minutos de trote con 34 kg extra por cargar el portátil conseguí subir las escaleras de la facultad, me dan la noticia de que la clase se había inundado por completo. Si, un motivo super cotidiano. Que tu clase se llene de fango y agua hasta los topes. Ni deseandolo con todas mis fuerzas... :D Feliz lunes!!