Estoy pensando en comprarme un chaleco antibalas para la próxima vez que coja el barco. Lo digo totalmente en serio. Durante dos años he estado navegando cada fin de semana, casi sin excepción, y he llegado a la conclusión de que en las tres horas que dura el trayecto puede pasar cualquier cosa. Repito. Cualquier cosa.
Porque no es normal que un chillido de júbilo [emitido por alguien que llevaba diez cubatas encima] la saque a una del sueñecito que se está echando en la incómoda butaca para evitar marearse, y lo que vea nada más abrir los ojos sea a un huevo kinder meando en un helecho plástico a dos metros de distancia. Que sí, que era época de carnavales, pero aun así no deja de ser desconcertante.
O que a cuenta de un enchufe en el que conectar un portátil se desate una batalla campal. O que un señor se desgañite ante mis ojos, mis estupefactos ojos, y proteste impertinentemente porque el sofá en el que estoy sentada no está ocupado.
[...]
Señor-entrado-en-años-altivo-y-con-muy-MUY-mala-leche: Señorita, ¿está ese sitio ocupado?
Yo-sentada-en-una-silla-ocupando-parte-de-un-sofá-con-mis-cosas: Eh... no. En realidad no.
Señor-dirigiéndose-a-otra-chica-que-estaba-a-mi-lado: ¿Está ocupado?
Chica: No.
Señor-alzándome-la-voz-hasta-rozar-la-falta-de-respeto: ¿¿Estás segura?? ¡¿Estás segura de que este sitio no está ocupado?!
Yo-sin-entender-por-qué-ese-viejales-se-enfurecía-cada-vez-más: Eh... sí. Oiga, si quiere sentarse, quito mis cosas enseguida. No hay problema.
Señor-que-se-ve-que-tenía-un-inversor-de-palabras-educadas-instalado-en-el-cerebro-que-convertía-todo-sonido-en-insultos-malsonantes: ¡¡¡ME PARECE INDIGNANTE!!! INDIGNANTE. Yo soy de la casa, y sé cómo va esto. Hay una madre con una niña dando vueltas que no sabe donde sentarse, ¿sabes? Ahora mismo voy a traerla, y vas a quitar tus cosas. ¡¡Y esa gente que está ahí acostada también va a levantarse!! ¡¡PORQUE LO DIGO YO!! Vaya que sí.
Yo-estupefacta: ...yo no he visto a esa señora. De cualquier forma, no tengo problema en cederle el sitio. Aun así, debería dirigirse mí con respeto, igual que yo me dirijo a usted. Más todavía siendo de la casa. No olvide que soy cliente.
[Me da la espalda. No contesta. Se larga. Pasan unos minutos. Vuelve]
Señor-después-de-traer-a-señora-con-niña-y-dirigiéndose-al-resto-de-la-sala: UNA VERGÜENZA... Qué falta de respeto. Gente como ustedes no son clientes.
[...]
Señor-agrio hubiese continuado atrayendo las miradas de los presentes con su monólogo, de no ser porque un tío se levantó y decidió interrumpirle a empujones. Después de eso, llegó otro, y otro, y
señor-agrio, valiente valentón envalentonado, más les provocaba. Y yo ahí en medio, en mi silla. A punto de alcanzar una zurra por decir que mi sitio no estaba ocupado. Quién me manda.
Lo más curioso de esta historia fue descubrir que, según palabras textuales de la propia
señora-con-niña, este sujeto fue a buscar a la mujer cuando ya estaba sentada y no pretendía moverse, y la obligó a levantarse y a meterse en este embrollo.
Que las anécdotas absurdas me acechan no es un secreto. El problema es que encima ahora se están tornando tensas. Voy a tener que estar preparada.