Ayer empecé a callejear por mi barrio y acabé en una calle en la que no había estado antes. En Madrid esto es así: cambias el recorrido de siempre, te metes en una calle nueva y algo descubres. Creo que por eso me gusta tanto esta ciudad.
La cosa está en que, como decía, paseaba tranquilamente por una calle en la que no había estado antes.
Iba metida en lo mío, mirando al suelo, esquivando los charcos de la acera que esta maravillosa Semana-Santa-revuelta-meteorológicamente-hablando ha dejado, cuando de pronto levanto la vista hacia un dúplex y veo algo que me deja un rato procesando lo que mis ojos tenían delante:
Un balcón pintado de
cientos de miles de colores.
En aquella pared había dibujos de pájaros, arcoíris, frutas y otras cosas absurdas que venían a querer conformar algo parecido a un paraíso. Además, en el suelo, una bombona naranja, de aquellas antiguas. Debía haber más cosas, pero me chocó tanto ver una bombona en medio de todo aquello que no me fijé en nada más.
Y enmarcando el fresco y su decorado rococó, una frase: "Rabo de nube".
Rabo de nube...
Tenía que haber sacado una foto.
O haber tocado el timbre.
Curiosa tenía que ser la persona que viviera ahí dentro.