Esta noche soñé que estaba sentada en medio de una sala enorme y vacía. Una sala fría, atemporal y blanca, desde el suelo hasta el techo. Quizá fuera aquello mi conciencia. Había un foco potentísimo que me apuntaba directamente a la cara y me estaba cegando, y frente a mí, de pie, una mujer con gafas y traje, que me decía a voz en grito, muy enfadada "¡Descríbete en una palabra!"...
- Bueno, yo...
- ¡¡En una palabra!!, ¡¿cómo eres en una palabra?!, ¡elige una palabra!
Como las sombras de todo lo que hay aquí dentro además de nuestros cuerpos. Como la habitación, con la puerta cerrada y las persianas bajadas.
Oscuros los dos,
los dos teñidos de negro.
Para escucharnos mejor,
para intuirnos mejor.
Para que la gravedad nos lleve,
hasta que se haga de día y nos hayamos conocido demasiado.
Cuando sabes que se avecina una tormenta, o intentas ponerte a cubierto o te quedas inmóvil mientras la esperas, para acabar hundiéndote después. Quizá ya hayamos elegido, aunque no lo hayamos dicho en voz alta todavía, y lo lamento, porque me encantaba aquel estado de éxtasis y tranquilidad absoluta al mismo tiempo. Era como haber llegado a casa. Me obsesiona esa metáfora. Era exactamente esa sensación. Besarte era como haber llegado a casa.
Arrojarme de esa manera,
como las otras veces (que me equivoqué).
Arrojarme de esa manera deliberada, sin pensarlo demasiado. Yo, al vacío.
Como si no tuviera miedo, como si no hubiese aprendido nada.
Y es mentira. Tengo memoria y tiemblo,
y a veces hasta creo que se me van a salir el corazón y los interrogantes por la boca.
Pero es la única manera. Para mí es la única manera que existe.
Que me empujen las ganas y cerrar los ojos.
Habrá una vez que sea la vez.
Y no me acordaré nunca más de todas las demás que se repitieron tanto.